La Historia de una Trabajadora de Restaurante

Illustration by Stephanie Monohan

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Recibo beneficios de desempleado desde marzo 2020. El virus sigue extendiéndose. Se me pide que vuelva yo al trabajo. No porque mi trabajo es esencial durante la pandemia sino porque mi labor da vida a la economía. 

    Los riegos son reales. Todos hemos oído y contado las historias. Las paginas de GoFundMe para los trabajadores inmigrantes… Una investigación californiana revela que de todos los trabajadores allí, los cocineros de línea son ellos los más propensos a morir de COVID-19.

    Sin embargo, cuando me pidieron que regresara, no delibero. Aparte de los beneficios de desempleado, este puesto de trabajo—en un restaurante estrecho de mariscos de barrio informal con 20 años de clientes leales lleva una década siendo mi única fuente de ingresos. Mis turnos de trabajo eran de 8 horas; ahora son casi de 13 horas. Incluso antes de la pandemia, el trabajo fue rápido con cambios de clientes en las mesas a niveles altos. Mientras nos ocupamos de millones de tareas, periódicamente bajamos rápidamente al sótano a por el hielo, para limpiar los aseos, para rellenar los condimentos y reponer el vino. Al final del día, cuando hemos tenido lo bastante y estamos sudados por la molestia y el ajetreo, apilamos todas las mesas y sillas, barrimos y fregamos, limpiamos los aseos, y guardamos todo—justo a tiempo para sacarlo todo de nuevo mañana. 

    Además de todo el trabajo normal, somos ahora agentes de seguridad pública. Algunos que vienen a comer son intransigentes sobre el uso de ponerse máscaras; otros se emborrachan y olvidan. Hacemos trabajo extra con menos trabajadores, y siempre tenemos que desinfectar todo a cada momento. Así que cuando los clientes se ponen impacientes—la gente de la mesa 2 quiere más agua; la de la mesa 4 necesita más kétchup; este chico del sombrero está esperando un pido para llevar, y un cliente en el teléfono necesita que responda yo a preguntas detalladas sobre alergias alimentarias, mientras que la comida de la mesa 1 está en el mostrador y necesita ser servida antes de ponerse fría—sí, la primera cosa que cae en mi lista va a ser desinfectar una carta. Es simplemente la realidad de la situación.

    Ahora, quiero que todo el mundo salga y se divierta. Después del año que pasamos, ¿hay algo que afirma la vida más que pasar tiempo con los queridos y amigos y compartir una comida? Esto es otra de las ironías brutales del capitalismo: Somos seres sociales que necesitamos la interacción humana, pero mercantilizamos las mismas cosas que nos hacen humanos. Algunos van a los restaurantes para comprar la experiencia exacta que están deseando. Al menos una cosa fiable y exactamente como se pidió en un mundo poco confiable. Lo entiendo. Deseo también algo fiable. Pero esto pone más estrés en los trabajadores del restaurante de lo que es razonable esperar. 

    Los trabajadores de restaurante siempre hemos navegado ente lo que el empleador quiere que hagamos, lo que los clientes piden de nosotros, y la realidad que somos trabajadores defectuosos que hacemos nuestro mejor esfuerzo bajo el estrés alto. Nuestro trabajo requiere que hagamos labor físico duro por muchas horas al mantener un exterior tranquilo e inquebrantable. Se nos pide que escondamos nuestros miedos y nuestras molestias, incluso cuando nos encontramos con la tarea de traer un poco de normalidad a las vidas de otras personas sin importar lo que esté sucediendo en las nuestras. Esto era cierto antes de la pandemia, pero el COVID-19 lo ha hecho más visible.

    Me han pedido que vuelva yo al trabajo. Nada de esta situación tiene sentido racional, pero el mercado lo obliga.

 

NATALIA TYLIM es miembro del Grupo de Labor de DSA de NYC. Es fundadora del Proyecto de Organización de Restaurantes del Comisionado Laboral Socialista Democrático y se puede encontrar en Twitter @nataliaylim.  

Traducción de Donna Vivian Landon-Jimenéz